25 agosto 2010

En la Ciudad de la Furia...


Medellin

Tristemente mi primer post va a ser sobre las violencias en las calles de esta ciudad. A veces hace falta un impulso emocional, en mi caso nostálgico, para despertar otra vez el cosquilleo en la punta de los dedos.



La situación realmente es la misma de siempre, la diferencia es que hoy la vemos con ojos mediáticos, y precisamente ese es el problema, que es lo mismo aquí, en Bogotá o en Pereira, en general a nivel nacional las violencias no se extinguen, en cambio se adaptan, mutan y pareciera que cada día se multiplicaran.

Durante años gobiernos, gobernantes, movilizaciones y desmovilizaciones han intentado modificar el conflicto y para variar nada pasa, porque nunca se ha podido intervenir la raíz del problema: la inequidad. Y es que para nosotros ya es un cliché escuchar “los pobres se hacen más pobres y los ricos más ricos” pero es la triste realidad y la base de las violencias.

Pero el contexto no da para más, somos el país más desigual de Latinoamérica, con uno de los índices de corrupción más altos, con una “democracia” olvidadiza e “irregular” y además con un sistema judicial burocrático, paquidérmico y deficiente, consecuencia directa entonces que nos matemos unos a otros, que abunden los enfrentamientos territoriales entre quienes se dicen “desmovilizados” y quienes nunca lo hicieron, y que en últimas terminen presos en las comunas jóvenes que nada tienen que ver con las fronteras ilícitas que “algunos” les trazan.

No le queda más a uno que pensar ¿será que el problema somos todos y la violencia está en nuestro código genético? Por más pesimista que sea (y me quedaría más fácil simplemente echarle la culpa a la madre naturaleza que nos mandó con la semilla de la destrucción a construir de a poquitos un armagedon) hay cosas cotidianas que a veces me hacen pensar diferente y aclarar un poco la vista. Hoy en mi cotidiano viaje de vuelta en el Circular Coonatra, vencida por el sueño y el cansancio, escuche una bonita versión de “En algún lugar” interpretada por un par de chicos que con guitarra y violín en mano se aventuraron a irrumpir en nuestras cotidianidades con un poco de arte, de música. 

Desafinados y con la capacidad única de no tambalear con el nada simple movimiento del bus, ese par de chicos que eligieron la música de Duncan Du y un bus en vez de el miedo y un “tote” me hicieron pensar que quizá la problemática sigue estando ahí, pero también algunas soluciones, programas educativos o culturales que algunas administraciones han puesto en marcha y que tal vez han dejado un interrogante, un cambio, en las poblaciones intervenidas.

Pasa con la música, el teatro, la danza, las artes son poderosas herramientas de catarsis, para trasgredir lo establecido, para promover la resiliencia, para querer terminar con las cadenas de ese miedo ancestral que heredamos. Lastimosamente estamos acostumbrados a la violencia y lo bueno no lo vemos, porque los malos se ven más y les llegan más luces de los medios y las instituciones, pero nada cambia que como dicen las abuelas “los buenos somos más”

Hoy me encontré con un pedazo de realidad en un bus, igual de dura, pero como un destello de esperanza en medio de la ciudad de la furia.

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